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La historia con cuidado
Luis Donaldo González
El pasado 13 de agosto se recordaron los 500 años de la caída de Tenochtitlán, y con ella, el fin del Imperio Azteca.
Creo que nadie podemos negar que, como en todas las guerras, hubo crueldad, injusticia, saqueos y demás. No podemos negar que, a nuestros ojos, este ha sido un acontecimiento cruel y lamentable: muy seguramente muchos hubiéramos querido que hubiera sido distinto, es decir, sin sometimiento, sin opresión y sin crueldad.
Sin embargo, tengo que decir que, por el contexto histórico, no se qué tan distinto hubiera podido ser: castellanos que saben ya de armas y algo de estrategia de guerra llegando a una civilización desconocida, con oro y aparentemente en la India.
Soy consciente de que hablar hoy de conquista nos parece nefasto, sin embargo, juzgar el pasado con criterios del presente es una mala estrategia pues politiza, engaña y despierta sentimientos poco afortunados.
En cualquier caso, la realidad es que las cosas sucedieron y la conquista se efectuó (como cientos de conquistas se han dado en todo el mundo a lo largo de la historia). Por eso, aunque soy bien consciente de que “la historia siempre es de quien la cuenta”-por eso hay que ser cuidadosos con quien la cuenta- y de lo crudo de este acontecimiento no podemos ignorar que desde aquel día nuestra historia tomó un “nuevo rumbo”.
Por favor que quede claro: con la última afirmación no pretendo justificar la guerra, mucho menos la sangre, el sometimiento y la muerte que trajo consigo.
Al decir “nuevo rumbo” digo que a partir de ese momento se empezó a consolidar lo que vino después y lo que tenemos hasta el día de hoy. Se empezó a consolidar una nueva síntesis cultural que se ha ido fraguando a lo largo de los siglos. Este es un dato irrenunciable e irrefutable.
Es un dato con el que tenemos que vivir y caminar pues, aunque se digan muchos “hubiera”, la historia pasada no se puede cambiar, en cambio, la historia futura sí se puede escribir.
Y es aquí donde me quiero detener: es necesario conocer la historia para saber de dónde venimos, pero también para saber a dónde podemos ir.
En otras palabras: es importante leer la historia con cuidado para que no nos quedemos clavados en acontecimientos del pasado con los que se busca justificar “la mala fortuna” del presente.
Hacer esto puede estancarnos, limitarnos. En concreto: seguir culpando a lo que hoy es España de la pobreza y la injusticia de lo que hoy es México es insostenible. Seguir estancados en la “leyenda negra” nos llena de complejos.
Sostener lo anterior no es “malinchismo” sino una llamada a la madurez y la cordura: ni las disculpas del Papa ni las del Rey de España van cambiar la historia. La petición de disculpas es solo un recurso mediático y político de algunos. Rebuscar el sentimiento de miles de mexicanos con ese tema sirve más a otros tipos de colonizaciones culturales… y, nuevamente, políticas.
Por eso sostengo nuevamente que, sin faltar a la verdad, tenemos que ser cuidadosos con la historia. Tenemos que asimilar que la historia es más que un relato cerrado de buenos y malos: la historia es la síntesis que nos descubre el panorama y nos abre a las posibilidades. La historia nos ayuda a escribir más historia, con un mejor tono.
Hoy, a quinientos años de la caída de Tenochtitlán, es importante despertar el sentido crítico para que no nos creamos los “maravillosos discursos” que no son más que palabras vacías.
Despertar el sentido crítico nos ayuda a estar alerta a los que pretenden manipular y deconstruir la historia para contarla de acuerdo a sus conveniencias.