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A dos años de esta foto

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Hace dos años salió a la luz la terrible fotografía de Óscar Alberto y Valeria ahogados en el río Bravo. Él de 25 años, y ella, su hija, de 23 meses.

Él venía con ella desde El Salvador. Él buscaba su “sueño americano”. Lo buscaba para él y para ella.

Por eso Óscar Alberto recorrió los más de 2,100 km. que hay entre su país y la frontera de Matamoros y Brownsville, donde una mala pisada les hizo perder la vida a las puertas del Norte.

Murieron los dos ahogados. Él la llevaba en la espalda: la había sujetado con su camiseta.

Como tantas otras, esta imagen dio la vuelta al mundo en segundos. Sin duda tuvo un efecto mediáticamente explosivo. Sin embargo, así como estalló así desvaneció.

Este hecho impactó pero no marcó.

Aquí, en la frontera, se vio como uno más de tantos que se ahogan. Sí, “uno más de tantos”, dicho con indiferencia.

Efectivamente, son muchos los que desde Centroamérica y México vienen a nuestras fronteras a intentar cruzar “al otro lado” para conseguir una mejor vida. Lo hacen aun a sabiendas de que pasarán por condiciones terribles.

A sabiendas incluso que pueden acabar arrestados, torturados, robados, deportados, o sin vida -ya sea en el camino, en el desierto, en el río, en el frío o en el calor-.

Emprenden el camino porque lo que viven en su país de origen (incluyendo México) muchas veces es peor.

No se nos olvide que no solo “el hambre es canija”, sino también la enfermedad, la pobreza extrema o el miedo.

Eso es lo que hace que hoy cientos de miles de centroamericanos y mexicanos (mayores y menores de edad) estén a la espera de poder ingresar a los Estados Unidos.

Pasan por aquí buscando algo que en sus ciudades no pueden tener. Recurren a la migración porque no les queda más: su derecho a no tener que emigrar no puede hacerse efectivo cuando no hay ni para comer.

A dos años de la foto, no hemos avanzado mucho en materia de política migratoria. De hecho, seguramente porque la pandemia se ve más en la aparente puerta de salida, hoy se ha llegado al punto más alto de migrantes en Estados Unidos o con solicitud para hacerlo… sin contar, por su puesto, a los cientos o miles que estarán cruzando hoy mismo, por el desierto o por el río.

Dos años han pasado ya, y muchos otros muertos más. Muchas historias y familias rotas.

Dos años y los gobiernos apuntan a que “dan respuestas” pero todavía no se alcanzan a vislumbrar.

Dos años y coincide con que la Vicepresidente de EE.UU. visita la frontera que divide el Norte con el Sur (sin dar muchas luces todavía); y también con que otros poderosos siguen con su desafortunada idea de construir un muro.

Dos años de la foto y en nuestros países sigue habiendo injusticia, desigualdad y falta de desarrollo. Siguen faltando las posibilidades de vivir con dignidad.

Aunque “los ciudadanos de a pie” no podemos cambiar las políticas migratorias, sí que podemos no ser indiferentes frente al que migra buscando una mejor vida.

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