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Las migraciones y el derecho a migrar
Según el Portal de datos mundiales sobre la migración -utilizado por la ONU-,
en el mundo habitamos 7,8 mil millones de personas, de las cuales 280,6
millones son, somos o hemos sido migrantes, es decir, el 3,6% de la población
(año 2020) 1 .
Aunque es un fenómeno complejo, y, aunque muchas veces podemos
quedarnos solo con el lado más problemático de la cuestión, tengo que decir
que la migración es un fenómeno que explica mucho del mundo de hoy:
habitamos un mundo que, tanto por la migración como por la comunicación, se
ve a sí mismo como interconectado, en otros términos, globalizado.
Aun con esto, la migración no es un fenómeno solo de nuestros días. Por el
contrario, la migración ha estado en la historia del ser humano desde sus
inicios: empezamos siendo nómadas y seguimos siendo exploradores. Esto
tiene sentido porque el ser humano siempre ha buscado lo necesario para vivir
bien y desarrollarse mejor.
Ya entrado en la cuestión me atrevo a decir que sobre todo cuando la
migración toca la realidad propia (personal o nacional) se convierte en tema de
discusión importantísimo: hasta dónde sí, hasta dónde no es lícito migrar.
Como ya insinué, la migración no es una novedad. Sin embargo, también hay
que decir que ha crecido exponencialmente desde el siglo XIX, para llegar a ser
lo que es hoy. Esta es la razón por la que la migración ya se aborda en la
Declaración de los Derechos Humanos de 1948.
Lo digo sintéticamente: por un lado, el documento reconoce el derecho a la
migración solo dentro del propio Estado (art. 13) -cosa que, sin duda, sería una
salida fácil para cerrar el problema migratorio más actual-; sin embargo, por
otro, apelando a motivos humanitarios, la Declaración reconoce que cuando la
integridad física de alguna persona se ve puesta en peligro por motivos
ideológicos y por el clima político de su país, ha de garantizarse el derecho
humano al asilo y al refugio en cualquier otro país (art. 14).
Sin duda, hay más que abordar de la Declaración, pero estos dos puntos ya
abren la cuestión.
El documento busca proteger los derechos civiles y sociales, por eso habla de
asilo político. Sin embargo, en la actualidad, vemos que hay otros factores que
también mueven a los migrantes: la pobreza, la inseguridad, la falta de
desarrollo y oportunidades, los desastres naturales.
Estas causas generan la salida de personas hacía los países desarrollados.
Por eso se explica el movimiento de centroamericanos y mexicanos a EE.UU. y
Canadá, o de sudamericanos a Chile, Argentina, Colombia o España.
Si nos quedamos solo en lo establecido por la Declaración, diríamos que no
sería lícito salir a buscar vida digna en otro lugar. Sin embargo, no es difícil ver
que esto se queda corto ante la situación global actual: no es un secreto que
hay hombres y mujeres que viven y mueren peor que otros.
¿No será esto una razón suficiente para salir de su casa -padeciendo
entretanto condiciones inhumanas-?
Por eso, -adhiriéndome al planteamiento católico- creo que migrar para buscar
vivir una vida digna debería de ser reconocido como un derecho humano.
Con ello no busco -ni la Iglesia busca- una apertura indiscriminada de fronteras
(que sería el acabose). Sino una mirada más solidaria y más humana ante el
que sufre y busca alivio.
Ahora bien, este derecho, como lo planteo, solo se puede entender en un
marco más amplio: antes que el derecho a emigrar está el derecho a no tener
que emigrar.
Esto último equivale a decir que es necesario que se trabaje más en el
desarrollo de los lugares de salida. Dicho en otros términos: que las sociedades
y las naciones colaboren entre sí para que el desarrollo llegue también a los
lugares de salida para que en ellos se tenga también la posibilidad de vivir
dignamente.
Soy consciente de que esto parece un mero ideal irrealizable, sin embargo,
también soy consciente de que ladrillo a ladrillo se construye un edificio. Por
eso toco el tema aquí y así. No tanto para que me escuchen los grandes y
poderosos -que estaría bien-, sino para que la sociedad que me escucha tenga
herramientas sólidas para crear una consciencia más solidaria que, buscando
comprender el por qué de la migración, asimile cuanto sufrimiento y
desesperación puede haber detrás de cada migrante.